sin plumas

comentarios de libros por iván thays

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Lugar: Lima, Peru

Escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro"

9/09/2004

Album de Fotos
Pedro Salinas.
Campodónico editor. Lima: 2004


NOSTALGIA EDULCORADA
Estamos ante 180 textos breves, fugaces instantáneas de una infancia irrecuperable, presentados como la lectura de un álbum de fotos que va revisándose página por página, buscando descubrir lo que hay detrás de aquellos objetos visibles capturados por el lente fotográfico y aquellos otros, los aparentemente invisibles, capturados por la nostalgia. Mezclados con los padres, los abuelos, los hermanos, los primeros amores, los amigos de infancia y los de colegio, aparecen los héroes de las series televisivas, los comics y los dibujos animados que pueblan la imaginación de este niño que prefiere la tele al cine, que reconoce haber aparecido en comerciales como un bebe sano y feliz, y nos somete a un inventario de travesuras: desde las más inocentes hasta aquellas que marcan el paso a la pubertad, como el estreno sexual con una almohada que hace las veces de Bárbara Eden. ¿Parece interesante, verdad? Podría serlo, pero en manos de un autor con tan escaso talento como Pedro Salinas las buenas intenciones naufragan. El primer atentado contra el libro es la incapacidad del autor para crear ternura en el lector. Una sarta de diminutivos no es suficiente para darle a la narración el tono “entrañable” que anuncia la contratapa. Por otro lado, su pretensión de ser simple e ingenuo –lo que los críticos de arte llamarían naïve- fracasa ante las frases poco inspiradas (“la tele era como un chocolate Sublime para mis ojos”) y el sinfín de edulcoradas naderías y chistes fáciles a los que reduce aquel territorio complejo, riquísimo y sutil como es la infancia. En los momentos de mayor soltura, el autor goza recordando el olor de los pedos del padre del protagonista, las frases del abuelo o el color de los calzones de la miss Chela (amén del glosario de chauvinismos, racismos e histerismos de una familia de clase media arribista), pero cuando se pone reflexivo es indigesto: “Es extraño el ser humano. Llora cuando está triste y llora cuando está alegre. Pero llora siempre”. Todos sabemos que los padres primerizos gozan contando las anécdotas de su hijos como si fueran genios, para horror de sus amigos que no saben qué cara poner ante esas “genialidades” sin mayor gracia, salvo para los padres. Es comprensible y aceptable. Lo que es inaceptable es que un autor quiera conmovernos contando las ridículas “genialidades” que hacía y decía él mismo –o su alter ego- hace 40 años. Solo una vanidad cabalgante y la total falta de autocrítica puede explicar –pero no justificar- que Pedro Salinas haya intentado fallidamente convertir este material de sobremesa para reencuentro familiar en una obra con pretensiones artísticas. Aunque quizá estoy sobrevalorando sus intenciones, y lo único que quería el autor era publicar una superficie plana para hacer dedicatorias a sus amigos y familiares. Si es así, vale.