sin plumas

comentarios de libros por iván thays

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Lugar: Lima, Peru

Escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro"

6/04/2004

Usted es la culpable
Eloy Jáuregui
Norma. Lima, 2004. 357 págs.


BARROCO BAILABLE
Cinco páginas le bastan a Hugo Neira para convencernos de que las crónicas de Eloy Jáuregui son barrocas. Barrocas como puede serlo Martín Adán y también “el feo que habla lindo” Leonidas Carvajal. Como un púlpito, pero también como una discoteca chicha o la sala de una casa de clase media en Surquillo. Si Jorge Amado decía escribir en “bahiano”, Jaúregui bien puede afirmar que lo hace en “surquillano”. La consagración de Surquillo como microcosmos desde el cual se puede entender el Perú (y sus “afueras”) es el eje del libro. En torno al barrio se arman jaranas, se baila salsa, se cantan boleros al oído y se escuchan rancheras. Desde ahí se rinde culto –juntos y revueltos- a los dioses de una mitología popular: Ribeyro, Betty di Roma, Lolo Fernández, Daniel Santos, Susy Díaz, Augusto Ferrando, César Calvo, Zambo Cavero, Máximo Damián, Tania Libertad, el curandero Texeira, Chacalón y un largo y desordenado etc. Mención aparte merece la presencia insospechada de Abraham Valdelomar, a quien se califica de precursor del Nuevo Periodismo (y, sin decirlo explícitamente, inspiración para el estilo y ética periodística del autor). También hay crónicas sobre la parafernalia de barrio: mini componentes, el póster de Elizabeth Taylor, shopping en el Cono Norte, el gato broaster. Jáuregui acierta en brindar una visión panorámica y colectiva, y simultáneamente detallista e íntima, de lugares, personajes y costumbres. Su estilo exige un lenguaje coloquial saturado de adjetivos, achorado, palabreador, querendón e incluso vulgar, lleno de efectismos y contrastes que le permiten, por ejemplo, citar a Adam Smith y Karl Popper para definir el bolero. Domina ese lenguaje con una soltura no carente de deslices, como son algunas metáforas fáciles (llama al cáncer “musa vestida de cangrejo”) o frases de dudoso sentido del humor, como decir que Tania Libertad “se moja los calzones cuando habla de su primer amor”. Las intervenciones del cronista valen cuando se presenta como testigo púber, deslumbrado y proto-sexual; pero aquellas en las que pretende apantallarnos con citas y notas bibliográficas fuera de contexto son insufribles. Son tan ejemplares las crónicas dedicadas a Augusto Ferrando o a Cerro Azul, como ilegible la titulada “Lima-Mala-Lima” de obtusas pretensiones sociológicas. Pero el saldo, con mucho, es a favor. Queda claro que Jáuregui tiene una sensibilidad afinada con los barrios, su gente, su mitología, aquello que el cronista califica como “cultura de callejón” y que no es otra cosa que el anhelo de su generación de llevar el ruido caótico y bailable de la calle a la literatura.